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Atardecer
Sentados
en el porche contemplaban el atardecer, eran vísperas de una despedida. Ella se
había vestido de rojo para la ocasión, hasta el carmín hacía juego con su
vestido. De repente él se levantó de su asiento, y dirigiéndose al jardín,
cortó una rosa de forma improvisada. Con un gesto entre tímido y complaciente,
se la ofreció. Al tronzar el tallo se clavó una espina que le produjo un ligero
sangrado. Ella le succionó la gota de sangre, y, por alguna razón desconocida,
le recordó al sabor de las uvas. El Sol, que asemejaba una enorme bola de
fuego, desaparecía lentamente por el horizonte.