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Venganza
Te daría un beso, pero acabo de
lavarme el pelo, le dijo Marta a su marido en esta ocasión. Esteban siguió
actuando con naturalidad; se colocó el abrigo, se puso la bufanda, cogió el
maletín del portátil y salió de casa como cada mañana. Envió un correo al
despacho alegando un contratiempo. Ahora había que confiar en que el lugar no
estuviese pillado, de ser sí, habría que optar por la segunda opción. Sacó el
coche del garaje y, hubo suerte, instaló el vehículo en el lugar más propicio.
Repasó el plan mentalmente. Media hora más tarde Marta dejaba atrás el
domicilio conyugal; la primavera, ausente en el calendario, estaba instalada en
su rostro.
A Esteban le tembló ligeramente
la mano al poner el coche en marcha; tendría que ir en segunda...