viernes, 22 de marzo de 2013

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La búsqueda


El diario de la tarde volaba por el callejón, parecía lo único con vida en aquella parte de la ciudad. Era una zona sombría, de callejones estrechos, un barrio gobernado por fantasmas. Las pequeñas y escasas ventanas de sus edificios quedaban disimuladas por una especie de barro grasiento. Las puertas de entrada permanecían semicerradas. Al escudriñar su interior se descubría una negrura mal oliente que se prolongaba más allá de su espacio palpable. El desaliento pasó por mi lado a la velocidad de la luz. Seguí buscando, me habían dicho que allí podía encontrarla. Ya adentrada la noche comenzó a notarse un cierto trasiego humano en uno de los inmuebles. Sin pensarlo dos veces me situé convenientemente y seguí a cierta distancia los pasos de chorreados visitantes que, nada más entrar, desaparecían. Una especie de sima artificial los engullía, a mí también. De repente me encontré en una estancia cuyas dimensiones me resultaban incalculables a causa del humo y la oscuridad reinantes. Al fondo de la sala se elevaba una pequeña tarima de madera. Dos haces de luz perfectamente dirigidos la iluminaban. Allí estaba, sus hechuras eran inconfundibles. Sus lamentos, gemidos y, hasta gritos de guerra. Ninguna otra lo hacía como ella. Como si de una nota más se tratara, la mujer que la acompañaba tenía el pelo rojo.
Mi trabajo tocaba a su fin. Ya sólo quedaba restituirla al lugar del que había sido sustraída.
Después de tan ardua tarea me moría por una cerveza.

 

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