domingo, 8 de julio de 2018

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CUARENTA AÑOS


CUARENTA AÑOS

Raquelia formaba parte de un grupo de mujeres, que,  sentadas a dos mesas en la terraza de un bar, hacían planes para los días festivos que se avecinaban.
   En apariencia, ella se sentía interesada por los comentarios emitidos por sus amigas. No obstante, la realidad era otra.
       -Aprovecharé estos días para ordenar y limpiar cajones de cosas innecesarias, ello me facilitará la labor a la hora de encontrar un documento de esos que tanto me demandan esta temporada-, pensaba Raquelia.
       Con esos propósitos se despidió, no sin antes desearles a todas que lo pasaran muy bien.
       Al llegar a casa, echó mano al calendario, cogió un bolígrafo rojo del porta- lápices y fue poniendo una cruz en cada uno de los días que tenía disponibles para llevar a cabo su tarea.
  -Tendré tiempo de sobra. Nadie me molestará por teléfono, tampoco caeré en la tentación de bajar a comprar cualquier tontería, pues el comercio está cerrado. El bullicio de la calle tendrá lugar por la noche y no me molestará. La pastilla es muy eficaz.
      Cuando quiso darse cuenta era la hora de irse a cama. Y llegó el día siguiente. Desayunó, y sin más, se dirigió a la cómoda cuyos cajones eran el objeto de su labor. Extrajo el primero y lo depositó sobre la cama. En la superficie ya se veían grandes sobres amarillentos, levantó la solapa de uno y volcó su contenido para examinarlo, eran fotografías de diferentes tamaños y casi todas en blanco y negro. Hizo ademán de romperlas pero…, las dejó caer encima del sobre amarillento y un poco roto por las esquinas.   -Será mejor que coja otro cajón, se dijo. –Pero tengo que darme una ducha y ponerme algo cómodo antes.
     De nuevo entró en el dormitorio y sacó el segundo cajón, ya había dos sobre el lecho. Con sus dedos índice y pulgar quiso revisar lo que éste contenía. Acertó a tirar de una pulserita de piel, ¡era el primer reloj que le regaló su padre! Se lo quedó mirando y, de nuevo, lo devolvió a su lugar de procedencia.  Se echaba encima la hora de comer.
       Casi de repente se le manifestó un terrible dolor de cabeza, y, tras refrescarse la cara con un poco de agua fría,   optó por salir a dar un paseo para despejarse. Se le hizo de noche y notaba algo de hambre. Regresó a casa, abrió la nevera y tomó  unos bocados de lo que tenía por allí con la idea de acostarse de inmediato,  con esa decisión se encaminó a su cuarto, pulsó el botón de la luz cuando: ¡los cajones!
    -Prepararé la habitación de invitados y dormiré esta noche en ella, determinó Raquelia. No obstante permanecía plantada ante aquellos  contenedores sin poderles quitar la mirada de encima. Tampoco era capaz de ignorar la cómoda. De súbito, sacó los otros dos que quedaban aún en su lugar, los puso por donde pudo. Esparció parte de su contenido encima de lo que ya había. Se irguió y se alejó de aquel montón todo lo que el espacio le permitía. Con las manos dentro de los bolsillos rodeó la cama varias veces sin atreverse siquiera a rozar sus bordes. En una de esas vueltas se detuvo a la altura de la puerta de salida, se giró sobre sí misma, fue a su vestidor, sacó un traje de chaqueta oscuro. En su bolso de mano metió la documentación que podría necesitar, las tarjetas de crédito y el Smartphone. Arrancó de la percha una gabardina, y se colocó un sombrero a juego. Abrió la puerta de casa y, una vez fuera, la cerró de un golpe. Era noche cerrada. Echó a caminar. Nadie la volvió a ver…